El reconocido periodista que brilló en el recordado noticiero popular NUEVEDIARIO en la época dorada de Canal 9 cuando Alejandro Romay era su dueño y director general, falleció a los 81 años.
Había nacido en Santa Fe y vivía en Burzaco, Provincia de Buenos Aires.
Se hizo muy conocido por sus notas en la década del 80 en el popular noticiero NUEVAEDIARIO que a continuación contaremos su historia…
Nuevediario: la increíble historia del melodramático noticiero más visto de la televisión argentina.
Febrero de 1985. Estudio 4 de Canal 9 Libertad, propiedad del «Zar» Alejandro Romay. En el icónico y laberíntico edificio de Gelly 3378 en el barrio de Palermo, comenzaba a gestarse la historia del que, quizás, sea el noticiero más recordado de nuestra televisión. A esta altura, un clásico de la pantalla local que, en su momento, fue catalogado de amarillista, de apelar al morbo, de exponer la información con un sello sensacionalista y de relatar las noticias con ingredientes ficcionales. Era de esos programas que mucha gente, prejuicio mediante, no reconocía mirar, pero las mediciones de audiencia reflejaban un rating de 40 o 50 puntos, cifras hoy impensadas para la televisión abierta. Nuevediario lograba esos números con total naturalidad, fruto de su penetración en todos los estratos sociales.
Cuando no se hablaba de multitarget, Nuevediario lo era. A su modo, revolucionario. Al punto tal que algunas universidades extranjeras, como La Sorbona, estudiaron el «fenómeno» y cadenas televisivas del mundo llegaron a la Argentina para observar de cerca el formato, comprarlo o imitarlo. «En ese momento los noticieros eran muy tradicionales, muy políticos y muy aburridos. Sin ritmo, sin inquietudes. Nosotros pudimos imprimirle otra cosa. Empezamos a trabajar intensamente con las notas policiales y también con la búsqueda (fuimos los primeros en la televisión en hacerlo) de los chicos perdidos. El tema era las necesidades de la gente, a la que se le solucionaba sus problemas», reflexionó Horacio Larrosa, en mayo de 2006, en uno de los capítulos de MemoriZar, el libro autobiográfico de Alejandro Romay. Horacio Larrosa fue el gerente de Noticias, el máximo responsable del «Nuevediario style«, el ideólogo de ese staff periodístico que hizo historia desde un set tan solo un poco más amplio que el living de una casa y una tecnología algo precaria en tiempos donde internet y la telefonía celular no aplicaban.
«No fue un noticiero, sino un show de noticias», define Gustavo Siegrist, la mano derecha de Larrosa, hoy a cargo de un exitoso noticiero en una cadena televisiva de Bolivia. Siegrist es una de las voces más autorizadas para rememorar aquellos tiempos donde un choque en la 9 de Julio, una intuición de ovni posado sobre el Cerro Uritorco, o la imagen de un santo que lloraba cataratas de sangre en un templo non sancto de Chacarita podían ser tanto o más importantes que la palabra del Presidente de la Nación, la suba del dólar o el anuncio de un descubrimiento científico. Una suerte de kermese bizarra y variopinta, un parque de diversiones de la información.
El slogan «las dos caras de la verdad» daba cuenta del esmero en buscar frente y reverso de la información. «Llegábamos adonde no llegaba ni la policía y conseguíamos lo que no conseguía nadie: toneladas de útiles para las escuelas rurales, insumos para hospitales, tratamientos médicos para personas que no podían costeárselos», recuerda Silvia Fernández Barrio, quien junto a Juan Carlos Pérez Loizeau, conformó la pareja más simbólica y recordada del noticiero. De lunes a viernes, a las 19, aquella melodía, con variaciones en ochenta compases de la banda sonora de Star Trek, daba inicio al espectáculo de la información. «Se trataba de llegar al común de la gente. Tenía un tono muy espectacular y sobredimensionaba algunos contenidos», reconoce Juan José Maderna, responsable de las noticias de actualidad. Si el plantel de los informativos de los canales competidores se armaba con alrededor de 150 personas, Nuevediario contaba con un equipo de tan solo 50 que, durante varios años, también montó una edición al mediodía.
La prestancia de Fernández Barrio y Pérez Loizeau compensaban la opulencia de las notas de exteriores, aunque se permitían el humor en medio de la crudeza informativa: «Nuestra convivencia fue maravillosa. Juan Carlos era, es, un caballero. Al aire le hacía bromas y se aguantaba todo. Es que fui la primera que se atrevió a desestructurar un noticiero, que era un género almidonado. Arrancamos jorobando con el pronóstico del tiempo, porque le veníamos pifiando con lo que decíamos. Si anunciábamos lluvia, salía el sol. Y viceversa. Así que, en el final del programa, embromábamos con eso. Quedó como una marca. Cuando Juan cometía un furcio, lo miraba y le decía: ‘¿Una piedra en tu camino?. Hasta terminamos, cada viernes, mostrando el ‘furciómetro'», recuerda Fernández Barrio demostrando que el programa soportaba todo tipo de disgregaciones.
El noticiero se manejaba con agenda propia, se apartaba de la tapa previsible. Ese era el sello motorizado por Larrosa, un verdadero estratega de la comunicación fallecido en 2010. El foco estaba puesto en la información policial, los fenómenos paranormales, las campañas solidarias y las historias de vida plasmadas con sentimentalismo. Si un tema era aceptado por la audiencia, podía desarrollarse durante varias semanas. «Los canales, antes de Nuevediario, mostraban noticias, pero no contaban historias. Fuimos pioneros en eso, porque se mostraba la vida misma. Eso marcó la diferencia desde el principio. Nos tildaban de amarillistas, pero, al compararlo con lo que se ve hoy, me causa gracia», reconoce Siegrist.
La cobertura de la muerte de la adolescente Jimena Hernández en la piscina de su colegio de Flores, hizo explotar el rating a lo largo de varias jornadas. «El 3 de diciembre de 1990 nos llegó un video de Aldo Rico bajo amenaza que iban a tomar el canal si no lo mostrábamos», recuerda Siegrist, en refrencia al levantamiento militar que tuvo al fundador del partido Movimiento por la Dignidad y la Independencia como cabecilla. Constancia pura de la injerencia del ciclo en la opinión pública.
Cristina Pérez, desde hace casi dos décadas una de las caras de Telefe Noticias, es otra de las periodistas que pasó por Nuevediario, espacio donde debutó como notera y conductora, luego de sus primeros pasos en su Tucumán natal. «Nuevediario encontró un lenguaje popular único, una impronta. Más de un productor envidiaría esa capacidad de impacto con cosas muy simples. Era un producto multigénero y no tenía vergüenza de serlo. Utilizaba los recursos dramáticos de la narrativa para hacer noticias. Hoy lo podemos discutir, pero era así. Estoy en las antípodas de eso, pero para mí fue una universidad: conocí todas las villas, estuve en situaciones de peligro, caminé por una cloaca, seguí a Lady Di y estuve en palacios. Vengo de ahí, por eso, si me ponés en la calle, soy un comando, no me parás», señala. Si Marshall McLuhan afirmaba que «el medio es el mensaje», con Nuevediario tal aseveración confirma la injerencia de un formato que decía por sí mismo más allá de la noticia a reflejar. Un entramado con signos semánticos muy estudiados.
En el estudio, además de los conductores, Juan José Maderna y Manuel Castro, ambos periodistas y locutores, se encargaban de reflejar la actualidad del país y el mundo. Además, Enrique Moltoni se especializaba en los temas deportivos y Luis Pedro Toni de la información del espectáculo. «Estábamos al aire y, de golpe, Romay entraba y decía: ‘Chicos perdón, perdón’ y yo le respondía: ‘Alejandro, siéntase como en su casa'», recuerda Fernández Barrio.
Los contenidos los decidían Larrosa y Siegrist, pero Romay estaba detrás de todo, incluso se llevaba notas en cintas en 16 mm para mirarlas con un proyector en su casa del Bajo Belgrano. En un trabajo artesanal, la rutina final era esbozada a mano por el gerente de Noticias y debía ser cumplida a rajatabla. «Una noche, bajó Romay al estudio. Lo miro a Juanjo Maderna y le digo: ‘Sonamos’. Don Alejandro comenzó a preguntar por determinadas cuestiones técnicas y todas las respuestas eran negativas. Un poco resignado, reflexionó en voz alta: ‘Evidentemente, saldremos en emergencia’. Cuando se fue, le digo a Juanjo: ‘Hace seis años que salimos en emergencia'», recuerda Manuel Castro la humorada que pintaba cierta precariedad de infraestructura, aunque eso no impedía el suceso de público. Castro, quien habla varios idiomas, era el responsable de dar las noticias internacionales.
Tal fue la repercusión del formato que el propio Silvio Berlusconi trató con Larrosa para comprar el formato. Los brasileños también se interesaron por la propuesta. Aqui Agora era una versión carioca muy similar que, incluso, replicó la cortina musical del original nacido en el Canal 9 porteño.
«Una noche entrevisté, en el estudio, a dos señores que hablaban de los gnomos buenos y los malos. En medio de la nota, me abstraje y me puse a pensar en las afirmaciones increíbles que decía esta gente y me tenté», recuerda entre carcajadas Fernández Barrio. Manuel Castro reconoce que «la redacción era zona vedada, nadie que no fuese del equipo podía acceder». Buen artilugio para preservar magia y secretos.
Cuando Fernández Barrio y Pérez Loizeau dejaron sus puestos, la conducción estuvo, sucesivamente, en manos de Oscar Lasalle, un histórico del canal, Guillermo Andino, Claudio Rígoli, Julio Grassi, Sergio De Caro, Mabel Marchesini, Ángel Rey, Horacio Melgarejo, Silvia Merello, y María Muñoz. Cuando Cristina Pérez ocupó ese rol, su partenaire no fue otro que Alejandro Romay.
En la calle
Indudablemente, uno de los grandes secretos de esta pócima estaba en las notas que se generaban en exteriores. Una materia prima con la que se hacía la diferencia con cronistas que habían logrado amasar una identidad propia. José de Zer, Julio César Caram y Betty Aráoz conformaban un trío invencible sobre el asfalto. También se destacaban en exteriores Sergio De Caro, Marcela López, Ángel Rey, Edgardo Miller, Guillermo Favale y Pablo Fernández.
José de Zer, el periodista estrella del canal, había desarrollado una manera de hacer notas con una verdadera puesta en escena para cada cobertura. Fue quien acuñó el latiguillo «seguime, Chango», un santo y seña a su camarógrafo para avanzar sobre el trabajo de campo. Esa faena podía abarcar el poderío de los extraterrestres y las fuerzas sobrenaturales succionándolo todo, incluyéndolo a él, que se mostraba inducido por una fuerza centrífuga hasta mostrar una investigación sobre un caso policial de lo más escalofriante. «Horacio Larrosa le armaba una suerte de libreto, un camino a seguir. No era ficción, pero había una impronta que teatralizaba la realidad», reconoce Maderna, quien hoy se desempeña en el área de comunicación del Gobierno nacional. «El concepto del noticiero era ‘el teleteatro de la vida’. Nuevediario fue el primer medio que llegó a la casa donde murió Alicia Muñiz y Pepe de Zer, el primero en entrevistar a Carlos Monzón en la cárcel», recuerda Siegrist.
A medida que crecía el rating, se sumaban más historias: en 1986 llegó la campaña de ayuda a la escuela salteña Paloma de la Libertad. Tal era la fidelidad de la audiencia que se lograron completar seis camiones con ropa, útiles escolares, materiales para la construcción y alimentos no perecederos. Para acceder a la escuela rural hubo que apelar a mulas y helicópteros. Y allí, De Zer contándolo todo con voz carraspeada y agitación encendida. El público aplaudió la iniciativa haciendo subir el rating a 55 puntos y Alicia Castillo, la maestra de la escuela, terminó como presentadora del noticiero. Lo que para otros podía resultar improcedente, insólito o inviable, en Nuevediario resultaba orgánico.
«El día que hacíamos 45 puntos, Larrosa me decía: ‘¿Qué hicimos mal, nene?'», rememora Siegrist, quien no duda en confirmar que el valor pionero del programa fue una de las claves de la construcción del suceso. «Nadie había mostrado un accidente como nosotros, ni estuvo en una guardia de hospital todo un día, ni usó aviones o helicópteros, ni mezcló cuestiones sociales con las políticas», asevera.
Si Julio César Caram se encargaba de las coberturas policiales, Betty Aráoz indagaba en las tragedias personales. Con tono meloso, la cronista se aparejaba a sus entrevistados como si fuese un familiar, los contenía en sus lágrimas y no faltaban sus abrazos de consuelo. Con total naturalidad podía merodear en un velatorio y preguntarles a los deudos qué sentían. Las madres llorosas eran su especialidad. Noticiero y folletín melodramático en episodios.
Cuando llegaban los periodistas con el tradicional micrófono de paño verde y el número 9 impreso, las puertas del Edén se abrían. Nadie se resistía a darle una nota a Nuevediario. Eran los cinco minutos de fama anunciados por Andy Warhol, algo así como haber logrado cierto estatus en las barriadas del conurbano profundo donde el noticiero encontraba mucho de sus contenidos y de su audiencia. Es que la pata social era fundamental: la gente sentía que era el espacio en el que podían reclamar, contar sus dolores y ser escuchados.
La veta solidaria del programa, motorizada por su alta injerencia social, permitía proezas: «Me acuerdo de una mamá, que tenía mal de chagas y necesitaba un marcapasos, y se lo conseguimos rápidamente. O una campaña para recaudar 300 mil dólares para un chiquito cuadripléjico que necesitaba un marcapasos que solo se colocaba en Estados Unidos. Luego de entrevistarlo en la terapia intensiva, la gente rápidamente donó el dinero suficiente para la intervención. Eso solo lo lograba este noticiero porque ponía el micrófono donde lo tenía que poner», reconoce Fernández Barrio, quien llegó a la animación del envío a pedido de Larrosa tras la experiencia compartida en 60 minutos, aquel noticiero de Argentina Televisora Color en los ’80. «Al equipo de Nuevediario no entraban ni acomodados ni amigos. Larrosa, con mano muy férrea, hacía pruebas a cada uno de los integrantes que tenía aspiraciones de ingresar al staff. Trabajábamos doce horas por día, era como estar en Vietnam», explica Maderna.
En esta lógica de servicio periodístico, con total seriedad se fusionaba la notica relevante con un remate digno de un programa humorístico. Todo coagulaba. A Julio César Caram le tocó cubrir inundaciones en Santa Fe. Esas que solo permiten vislumbrar la punta de los postes de luz. Sobre uno de ellos, un loro. El periodista no tuvo mejor idea que, desde su embarcación, acercar el micrófono al animal: «Es tan compleja la situación, que ni el loro quiere hablar», remató con absoluta seriedad.
Detrás de cámara
En el staff era fundamental la audacia de los camarógrafos. Heber Abálsamo era uno de los más destacados y solía acompañar a Moltoni en las coberturas deportivas, pero no se privó de otras experiencias. Un todoterreno. «Íbamos a 160 kilómetros por hora para llegar a las notas y ser los primeros en cubrirlas. El director del Cipec, lo que hoy es el SAME, lo llamó a Romay y le dijo que no era posible que Nuevediario llegase antes que las ambulancias. Una vez, un chofer me tiró su ambulancia encima cuando vio nuestro cartel pegado en el parabrisas. No quería llegar después que nosotros. Teníamos informantes en la Policía, la Prefectura, el Ejército, y en los Bomberos. Y contábamos con «Lolita», un aparato que agarraba la frecuencia de la policía. Así nos enterábamos de todo», explica Abálsamo, quien trabajaba de traje y corbata, algo que a Romay le gustaba mucho.
«Con Claudio Rígoli fuimos mucho detrás de Carlos Menem, viajábamos en el Tango 01 en las giras presidenciales. Una vez nos enteramos que jugaba un partido de fútbol en la quinta de los Granados en Ezeiza. Cuando terminó el partido nos invitó a quedarnos a comer un asado con él. En determinado momento, abandonó el almuerzo. Le dije a mi ayudante: ‘Prendé la cámara’. Y salimos detrás suyo. Cuando vi que se subió a un helicóptero todo vidriado, le pedí si me llevaba. ‘Sí, querido, subí’, me dijo. Volamos cincuenta minutos piloteados por él, mientras lo entrevistábamos. Cuando volvimos, tuve un problema bárbaro con Guillermo Armentano, que era el jefe de la custodia. Pero fui muy claro ante sus reclamos: ‘Yo no entré por la ventana al helicóptero, le pedí permiso al Presidente. Es un problema suyo y de la custodia'», recuerda el camarógrafo Abálsamo.
Cuando el 17 de marzo de 1992 se produjo el atentado terrorista a la Embajada de Israel, Abálsamo se dirigía a una cobertura deportiva con Enrique Moltoni. Ante los primeros rumores de una situación anómala en Suipacha y Arroyo, Gustavo Siegrist les pidió, por radio, que se dirigieran al lugar. El equipo cruzó la avenida 9 de Julio con la cámara encendida para constatar, en segundos, la magnitud de la tragedia. «Nunca en mi vida vi algo igual. Caminábamos sorteando cadáveres. Fuimos los primeros en llegar y Nuevediario, el primer noticiero en poner las imágenes al aire».
El profesionalismo de Enrique Moltoni, recientemente fallecido, hizo que Diego Armando Maradona entablara un vínculo muy estrecho con él y con Abálsamo. Esto permitía que Nuevediario tuviese notas exclusivas con el ídolo en su momento de mayor gloria. Algo similar sucedió con Daniel Scioli, quien vio reflejada su carrera motonáutica en el noticiero más visto de la Argentina. Además, su padre era uno de los socios de Romay.
En aquellos tiempos, Maradona llamaba a la redacción y pedía por «el señor Moltoni» sin darse a conocer. «Una vez, lo fuimos a esperar a Ezeiza. Cuando volvíamos por la autopista Ricchieri, vimos a una camioneta detenida con las balizas encendidas. Paramos para ver si alguien necesitaba ayuda. Ahí nos damos cuenta que era Diego que nos estaba esperando. Nos dice: ‘Síganme’. Terminamos en la casa desayunando mate con bizcochitos», rememora eufórico Abálsamo, con la convicción de haber hecho un enorme trabajo profesional con las cámaras de Canal 9.
Formato pionero
«Era un producto donde los ojos de Romay y Larrosa generaban gente que luego sería influyente», reconoce Cristina Pérez. La lista de columnistas del programa es extensa, destacándose los nombres de Fernando de la Rúa, Carlos Ruckauf, José Corso Gómez (que usaba el latiguillo «con las manos limpias» y que llegó a ser diputado), Norberto Furman y Fernando Niembro, entre otros.
«Larrosa se dio cuenta que la gente miraba un choque y se le ocurrió que habría que mostrarlos. La crudeza con la que mostramos los accidentes de tránsito generaba conciencia, por eso la ONG Luchemos por la Vida nos premió», recuerda Siegrist, responsable de buena parte del éxito del programa. Con un helicóptero, Nuevediario reflejaba las infracciones de tránsito en la Panamericana. El noticiero también se ocupó de desarrollar el fenómeno de la Virgen de San Nicolás cuando se conocieron los primeros datos de aquellas apariciones ante una vecina del lugar. «Luego de Nuevediario aparecieron programas policiales, de reencuentro de personas, de formación de parejas. Fue un noticiero pionero», reconoce Maderna. «La gente lo recuerda como un periodismo cercano, popular. Pero podía llegar tanto al ciudadano medio como a otro más ilustrado. Gustábamos porque éramos humanos y no robots. Fue de culto, un show de noticias como decía Larrosa», confiesa Manuel Castro.