El día que el aspirante a locutor de Bragado le escribió al maestro nacido en General Villegas. Una emotiva anécdota para celebrar el centenario de la radiofonía argentina.
Historia de una carta. O de cómo un maestro alertó a un discípulo. La invitación a la excelencia que cualquier docente haría para que el discípulo lo supere. Cuenta la leyenda que hace 59 años el pibe Héctor Larrea le escribió al hombre al que escuchaba en la emblemática Radio El Mundo, Antonio Carrizo.
Correspondencia desde Bragado hasta la capital porteña. La misión era que alguien le marcara el camino. El sobre que llegó con la respuesta semanas después terminó siendo un tesoro: un consejo que inició la vida radial de Larrea.
Se moría la década del ’50 cuando «Hetitor» -sin la «c», como lo llamaba su madre Felisa- fue al correo a despachar su inquietud. Quería ser locutor, inscribirse en el Instituto de Enseñanza Radiofónica. «¿Qué se necesita para triunfar?», le preguntó prolijamente a mano al señor del bigote que presentaba orquestas y endulzaba el aire junto a Niní Marshall.
Larrea en la década del ’40, en su casa de Bragado.
En épocas de Fax y mail, o de WhatsApp y de Twitter, la respuesta hubiera sido más rápida. Pero en la era del papel perfumado y adornado por la caligrafía aprendida en la escuela, la misiva se hacía esperar. Carteros cargando bolsas de palabras y estampillas. Romanticismo epistolar.
Una mañana el cartero de Bragado tocó la puerta de la casita de la calle Chacabuco y gritó «¡carta para Héctor!». El muchachito rompió el borde del sobre y leyó el remitente: Antonio Carrizo.
«Hay que tener vasta cultura, señor. La radio no es para cualquiera. Lea. Secundario completo, buena voz y mucha lectura», escribió tajante Don Antonio. Una frase quedó revoloteando en la cabeza de Larrea: que a la radio no podía llegar «cualquiera». Héctor entendió que los libros iban a transformarlo, guardó la carta en un cajón y fue a sacar un pasaje.
El debut de Larrea en Radio Antártida. (Archivo)
«Éramos una clase media baja, más tirando a baja, a la lona, con meses de deuda en el almacén y ángeles que fiaban. Estudiar era la forma de salir», cuenta Larrea. Salió. Viajó a la Capital, presentó el título secundario y se inscribió en el ISER.
En 1961 el flaquito de Bragado finalmente se recibió y obtuvo la matrícula 1502. Mientras iba despidiéndose del trabajo como empleado de la DGI (primero en Pehuajó y luego en San Martín), compró un espacio en Radio Antártida. Llegarían después -ya como asalariado- los programas en Radio Argentina, El Mundo, Continental y Rivadavia y el hit Rapidísimo, la aplanadora del aire.
Antonio Carrizo.
Siempre que cruzaba a Don Carrozzi (el verdadero apellido de Antonio) aparecía la anécdota de aquella carta. El maestro terminó siendo par, amigo. Decía que hacer radio es hablar sobre el Ulises de Joyce, pero como si se tratara de contar Caperucita Roja, para no excluir a nadie. Cuando Larrea emigró de Continental tuvo que analizar tres ofertas. Eligió Rivadavia para estar cerca de Carrizo y de Cacho Fontana.
Carrizo tendría hoy apenas seis años menos que la radiofonía argentina. Nació en 1926, apenas terminó el primario, pero hizo de las librerías su universidad informal. Comenzó a ser «La voz» en los ’40, en una forma de radio extinguida, la propaladora, un camioncito con parlantes en el techo en el que promocionaba Mejoral, pueblo por pueblo, con su tono adolescente.
Larrea junto a su amigo Carrizo en Rivadavia.
A 100 años de la primera transmisión, Larrea terminó pareciéndose al maestro: le molesta «la mediocridad». Por eso atraviesa su encierro haciendo eso que en la carta perdida le aconsejó Carrizo: absorber el jugo de los libros, a sus 81 años. Sabe que el conocimiento es un mar imposible de abarcar, pero que existe una aproximación a la sabiduría. «Existiendo tanto idioma, la vulgaridad en la radio es un pecado».
Larrea anda «cerrando círculos». Lo mismo que hizo Carrizo con él, suele hacerlo con estudiantes y aspirantes a conductores: aconseja a alumnos, colabora con sus tesis y los invita a leer a Abelardo Castillo, «a leer de todo, lo más que se pueda», hasta la página de diario que envuelve el pedido de la verdulería.
Larrea, Mateyko, Carrizo y Marconi.( Foto: Archivo).
También recomienda escuchar el legado sonoro que dejó la voz de General Villegas -que murió en enero de 2016: sus conversaciones radiales con Jorge Luis Borges. Colgadas a la nube están las charlas emitidas alguna vez por Rivadavia en las que Carrizo dice que «ser lector es ser humillado» ante la grandeza. Que no alcanza una vida para acercarse a la totalidad de las palabras , pero qué mejor que invertir en intentar arrimarse a lo imposible.