El periodista español se hizo famoso por entrevistar a personajes marginales. Según sus familiares se fue a la cama a descansar y ya no despertó.
A los 82 años falleció Jesús Quintero, el hombre que creó un estilo para entrevistar y se atrevió a llevar a los medios a personajes que no suelen ser protagonistas. Según informó el diario ABC, el mítico comunicador comió este mediodía por última vez, se fue a la cama a descansar y ya no se despertó. Familiares del periodista confirmaron que sufría una afección respiratoria y que fue operado de una patología cardiaca en el Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva, donde llegó a ser ingresado en la UCI.
La noticia paralizó a las redacciones y a todos los que amaron las más de cinco mil entrevistas que realizó. “Nací el mismo día y a la misma hora que Napoleón, a las 11 de la mañana y con 42 grados de calor. Pero nunca suelo hablar de edades porque eso me parece una violación a la intimidad”, contaba Jesús Quintero, el hombre que nació el 19 de agosto de 1940, en la provincia española de Huelva. Hijo de José, el electricista y María, la campesina, en la familia de este Jesús no hubo milagros. Uno de sus hermanos murió muy joven, víctima de una incurable pancreatitis. Quintero decidió gambetear su casi seguro destino de carpintero o de obrero de la celulosa probando suerte en el escenario. Pero el deseo no siempre es destino. Al terminar una función en el teatro Lope de Vega de Sevilla, un hombre de la radio se acercó. Admirado porque su voz llegaba a la última fila, le dijo que lo suyo no eran las tablas sino las ondas. Y allá fue.
Contra todo pronóstico, la propuesta fue un éxito. La cadena comercial, Ser, lo reclutó en sus filas. Quintero aceptó pero puso una condición que hizo entrar en pánico a los comerciales. En su espacio de madrugada no habría publicidades. Así nació El loco de la colina. Escuchaba y hacía escuchar los problemas de los desesperados, los solitarios, los necesitados de consejos y los sedientos de afecto. Con un hablar pausado, las palabras justas e intercalando un poco de filosofía, intentaba responder a vidas sin respuestas.
Pocos sabían que detrás de sus palabras estaba Raúl del Pozo y luego Javier Salvago. Ellos escribían lo que Quinteros decía. Pero si el locutor no era dueño de sus palabras, sí lo era de su silencio. Después de cada respuesta, se mantenía un rato sin decir nada. “Lo hago porque lo que más me gusta en una entrevista es escuchar”, le aseguraba al periodista Carlos Ulanovsky. Para él había dos clases de silencio. El de dos personas que no tienen nada que decirse y el silencio emocionado de un encuentro que, a la vez, puede ser sorpresa y acercamiento.
“Quiero que el entrevistado me cuente sus cosas. No voy a acosarlo, ni chuparlo, ni vencerlo. Nunca uso la estocada. Si ha de morir se matará solo y con sus propias palabras. No me creo nada esa moda del reportaje agresivo” sostenía y agregaba “Si te pones contra el entrevistado, lo pierdes. Si llegas arrogante, también. Si llegas muy humilde, te derrota. Hay que decirle sin palabras ‘Tú eres quien eres… pero yo no soy un tonto”.
El loco de la colina batía récords de audiencia con cerca de un millón de oyentes. El éxito cruzó el océano y el programa se reemitió en la Argentina y Uruguay. En el año 1998 admitió en la revista Gente que el programa era su “terapia ocupacional nocturna”. Decía que era un hombre que “se aferraba al micrófono como un náufrago. Alguien que miraba las estrellas sin olvidar lo que pasaba a los demás en la tierra”.
En la televisión tuvo éxitos fulgurantes como rotundos fracasos. Su estilo no conocía medias tintas. Hechizaba o dormía. Condujo Qué sabe nadie, La boca del lobo, Cuerda de presos, El vagabundo, Ratones coloraos… El más emblemático fue El perro verde donde volvió a mezclar ilustres y desconocidos. En el estudio minimalista lo acompañaba un perro blanco y lanudo que se quedaba todo el tiempo echado en el piso.
Los “nadies” entrevistados eran sus favoritos y los de la audiencia. Como ese hombre que no contestaba ninguna de sus preguntas y que finalmente resultó ser mudo o los 11 mendigos con los que conversó durante una cena, la modelo desnuda, la pareja haciendo el amor, y hasta un hombre que le rezaba al inodoro y a la mierda…
En 1989 llegó a la Argentina. No eran tiempos fáciles “me tocó venir en el caso y no en la abundancia, pero no me preocupa porque no vine a hacer la América”, le revelaba a Ulanovsky. En estas tierras era un viejo conocido, El loco de la colina se emitía hacia diez años por Radio Nacional. Esta pequeña anécdota lo demuestra. Cuando entrevistó a Robledo Puch en la cárcel de Sierra Chica, el Chacal le dijo emocionado: “¡Ah!, ¿usted es El loco de la colina?”.
No fue la primera vez que le dio micrófono a un detenido. Dos años antes, con Cuerda de los presos recorrió 140 cárceles españolas para charlar con 140 condenados. Intentó mostrar que “los monstruos cuando los conoces de cerca, no son tan monstruos”. No se refería “a los psicópatas, a los asesinos natos ni de los locos sino a ese 80 por ciento de hombres presos porque los llevó el destino, la mala vida, la necesidad, el hambre o la mala suerte”.
En Buenos Aires sufrió un violento robo en su productora. Dos hombres armados se llevaron 10 mil dólares y él, un culatazo. La policía le preguntó si quería denunciarlos. Respondió que lo único que le interesaba era… entrevistarlos.
“Desde luego que esto no ha cambiado mi forma de ver las cosas. A mí me parece que es mejor sufrir la injusticia que cometerla. La cárcel es un reflejo de lo que sucede afuera, y no voy a caer en la condena ahora que me ha tocado a mí. Mi postura sigue siendo la misma con relación a la violencia. Los perseguidos persiguen. Los violentos de hoy padecieron la violencia de ayer. Porque no es lo mismo a que te levantes en villas miserias, rodeado de violencia, de mugre y de desesperación. No sé cuántos medios de comunicación me han llamado por esto que sucedió, pero muchos más que por los programas que hago. Esto es un circo y así están las cosas. Una persona ve en la televisión a unas chicas bailando sobre una tabla de surf, a las estrellas del rock, al consumismo, y en un día de desesperación toma la pistola y va a tomar el dinero por su cuenta, porque nunca lo ha tenido. La razón profunda es la desigualdad. No es posible que la mitad del mundo se muera de hambre y la otra mitad de colesterol”, reflexionó con la periodista Leila Guerriero.
Crítico de los medios aseguraba sin tapujos que “no siempre la mayoría tiene razón. El periodista independiente es el que sale más golpeado. En los tiempos en los que no hay censura, los periodistas sabemos cuál es la censura. No le vas a pedir a un periodista que informe en la NBC de la Central Nuclear de la General Electric, si la NBC es de la General Electric. Todos tienen un compromiso con el dinero. ¿Hay más libertad en los medios cuando uno llega a una emisora de radio, a un periódico o a una teve y ya sabe quién es el enemigo de la casa? En las televisiones, el criterio es la cifra de venta, y en las televisiones estatales, el criterio es las veces que va a salir el presidente, y si es en medio de un partido de fútbol, mejor”.
Sin embargo, el especialista en hacer preguntas se quedaba mudo cuando debía dar respuestas de su vida privada. Se sabe que estuvo enamorado de la bailaora Merche Esmeralda. Convivió con la cantautora Soledad Bravo, a quien le produjo un álbum con poemas de Rafael Alberti.
La fidelidad no era una característica de sus relaciones. Sostenía que “el desierto es demasiado largo para transitarlo con un solo camello” hasta que conoció a la periodista Joana Bonet, directora de la revista Marie Claire, veinte años menor, y descubrió que era tiempo de sosiego. Con ella tuvo a Lola, su hija menor, de Andrea, la mayor, nunca se supo la identidad de la madre.
Hace tiempo que no se asomaba en un programa de televisión o de radio. “Volver por volver, por estar ahí, no tiene sentido. Solo regresaría para hacer las treinta entrevistas que me ayudaran a entender y explicar a mi audiencia los signos y los males de este tiempo”, asegura y sentencia que “se perdió el gusto, la sensibilidad y hasta la vergüenza”.
El hombre que creó un estilo y ganó fortunas vivía una situación económica incierta. Tuvo una productora, bautizada como El Silencio, con la que ganó muchísimo dinero que perdió en pésimos negocios acrecentados por su vida de bohemia. Su peor aventura fue cuando quiso disponer de su propia emisora propia. Compró una radio en Sevilla y en la planta baja abrió un bar. Pero emitía sin licencia y tuvo que cerrar. Los sueldos impagos y la furia de sus empleados mostraron que ser un buen comunicador no implica ser un buen administrador.
En los últimos años gestionó el Teatro Quintero, donde programaba espectáculos de teatro y música. Para pagar sus deudas vendió su casa. Como le confesó a Leila Guerriero: “Cada tanto desaparezco, porque no me mueve el dinero. Me he arruinado tres o cuatro veces en mi vida. Si no trabajo, bajo los techos, bajo el nivel. Vivo con lo justo. Nunca seré yo un nuevo rico. Siempre seré un antiguo pobre”.
Su salud tampoco era la mejor. La depresión lo volvió a rondar tanto que estuvo varias veces hospitalizado. Alguna vez le preguntaron qué es la vida y contestó: “Para mí, es el camino. La meta no tiene ningún interés. Ni siquiera la cumbre, porque después de la cumbre lo que puede venir es la ladera. Detenerme, todavía no. Aunque empiezo a pensar dónde me detendría. A lo mejor no es un paisaje. A lo mejor es una mirada. Entonces ahí ya dices tú aquí me quedo y todo lo demás no importa”. Buena respuesta para alguien que nos mostró el arte de hacer preguntas.