Gustavo Obregón, mano derecha de «Emerenciano Sena, el poderoso piquetero que responde a Capitanich», dio detalles claves para la investigación. Contó cómo se deshicieron del cadáver.
Gustavo Obregón era considerado mucho más que el brazo derecho del líder piquetero chaqueño Emerenciano Sena. En Resistencia, cuentan entre dientes los vecinos, él era quien ejecutaba todas las directivas que emanaban desde el comando del movimiento que amasó un poder impresionante en los últimos 15 años, sobre todo bajo el amparo del gobernador Jorge Capitanich.
Obregón era un todoterreno: siempre estaba listo para lo que Emerenciano le pidiera. Controlaba las obras en el barrio que lleva el nombre del líder piquetero, ingresaba en las escuelas y le daba directivas sin rodeos a los docentes, supervisaba que todos cumplieran con los dogmas ideológicos que intentaba imponer Marcela Acuña, la esposa de Emerenciano y real «cerebro» de toda la organización.
Cobraba uno de los tantos sueldos públicos que el movimiento recibía del Gobierno provincial (figura como empleado de los Ministerios de Desarrollo y de Educación, asignado a las escuelas y a las obras de viviendas de barrio Emerenciano) y aparecía también como candidato a diputado provincial para las Paso del domingo 18, en la misma lista de su líder.
Era, en síntesis, un leal, un incondicional a tiempo completo.
Pero hoy, detenido por el crimen de Cecilia Strzyzowski, el hombre decidió hablar con los fiscales. No una ni dos veces. Sino en tres ocasiones. Y terminó por delatar a sus patrones, al clan Sena.
Si bien los acusados no están obligados por ley a decir la verdad ante los investigadores judiciales, en la fiscalía de Resistencia no tienen dudas de que Obregón aportó un relato que terminó por ser clave para el avance de la causa.
Un testimonio en el que el imputado intentó despegarse de la figura penal de homicidio agravado, intentando una morigeración a encubrimiento, algo que finalmente sucede cuando se fijen las prisiones preventivas.
¿Qué dijo Obregón? Contó que el viernes 2 de junio, cerca de las 14, Marcela Acuña lo llamó por teléfono y le dijo que se encargara de un cuerpo que estaba en una habitación de la casa familiar de Santa María de Oca 1460. En esa vivienda también trabajaba su esposa, Fabiana González, mano derecha de Marcela y también detenida en esta causa.
Obregón agregó que llegó en su auto particular, un Citroën C4 gris, e ingresó en la casa de la familia Sena. En la puerta, a través de la misma cámara en la que se observó cuando ingresó Cecilia por última vez en ese domicilio, se vio cuando Obregón y González gesticulaban con vehemencia y se tomaban la cabeza, como si se tratara de una discusión.
El acusado aseguró que cargaron «el bulto» en la parte trasera de la camioneta Toyota Hilux de César Sena y salieron, ellos dos juntos, con el rodado rumbo a la chanchería del clan, en la zona de Villa Rossi, en la localidad de Puerto Tirol, en las afueras de Resistencia. Allí, cuando ya estaba anocheciendo, se internaron al fondo del campo y frente a una pequeña gruta en la que está la imagen de la Virgen comenzaron a acumular troncos para incinerar el cadáver.
«Ahí no hay nada de luz, estaba todo oscuro, solamente se veía la luz del fuego y de los celulares. Él estaba parado entre la camioneta y el fuego», agregó en la descripción, ubicando a César como el más activo en esta maniobra para deshacerse del cuerpo. El joven, dijo este acusado, tenía dos teléfonos encima.
Mientras que él no podía creer lo que estaba sucediendo, César se mostraba sereno, con un control total de la situación. Y que incluso le dijo que después podían ir juntos a jugar al pool.
A esa altura del viernes, sospechan los investigadores, el clan Sena intentaba dejarse ver en público, en diferentes actividades, como una suerte de coartada para justificar que ellos no estaban con Cecilia.
Habían comenzado una búsqueda contrarreloj para lograr la impunidad: desaparecer el cadáver, hacerse ver lejos de la escena del crimen, simular que ellos no tenían ni la menor idea sobre qué podía haberle pasado a la joven.
Tenían tiempo a favor para elaborar la coartada: la familia de Cecilia creía que ella estaba viajando a Ushuaia, por una presunta oferta laboral que le había acercado la familia Sena, por lo que iban a demorar al menos un par de días en darse cuenta de que estaba desaparecida.
El viaje, ya se demostró, no existía: nadie había reservado ningún pasaje aéreo o terrestre para ella ni para César.
Tras encender la fogata y comenzar a incinerar el cadáver, Obregón y César se retiraron de allí.
El acusado no involucró a Gustavo Melgarejo (casero del campo y uno de los siete imputados en esta trama) en el plan para deshacerse de Cecilia, pero los investigadores sospechan que este último fue el encargado de mantener el fuego vivo durante varios días. A esta tarea, la habría ejecutado junto a su expareja Griselda Reinoso, también detenida.
Obregón regresó el sábado «para buscar la ropa de la chica embarazada» (en relación a una antigua casera del campo), según dijo, y el domingo volvió, esta vez para prepararon «chorizos con los compañeros». El dato genera más espanto: ese día, Emerenciano, Obregón, Melgarejo y otros hombres del movimiento elaboraron los embutidos con la excusa de entregárselos a los fiscales que los iban a acompañar en las elecciones del domingo siguiente.
Para los pesquisas, aquí sobresales dos sospechas simultáneas: una, atroz; la otra, que Emerenciano buscó justificar con esta actividad todo el movimiento inusual que la familia Sena y sus brazos más cercanos estaban realizando en ese campo de manera continuada durante esos días (jamás iban tantas jornadas seguidas), además de ensuciar aún más el territorio donde Cecilia estaba siendo quemada.
La fogata, a esa altura, continuaba ardiendo en los fondos del mismo campo en el que elaboraban los chorizos.
El lunes, según los dichos de Obregón, no hubo mayores novedades, pero el martes 6 todo terminó. Él estaba en barrio Emerenciano, supervisando la construcción de 40 viviendas sociales más -ejecutadas por el movimiento, pero pagadas por el Gobierno de Chaco- momento en que César lo llamó por teléfono.
Le dijo que esa tarde tenían que volver juntos al campo de Villa Rossi. Obregón, como siempre, obedeció. A esa hora, la mamá de Cecilia estaba denunciando la desaparición de su hija.
«Todos hacían vida normal. Yo siempre nervioso y asustado con todo esto, y era el único que estaba así porque todos decían que César era inocente, pero a mí me pesaba y me pesa todo esto que habíamos hecho, sabiendo lo que habíamos hecho», reiteró Obregón en su relato ante los fiscales.
Esa siesta del martes, lo pasó a buscar al joven y, por indicación de este último, frenó frente a un supermercado. César se bajó y regresó con bolsas de consorcio.
Ya en el predio rural, fueron directo a la zona de la fogata, frente a la Virgen. A esa altura, todo ya era cenizas. Obregón se acercó a Melgarejo y le pidió una pala ancha. Y volvió al lugar en el que permanecía César.
«Yo le abro las bolsas a César y él comienza a cargar las dos bolsas, con la pala, juntando las cenizas desde el medio de la quema. Cuando se cargaban las bolsas, en ningún momento vi huesos grandes, pero si podía observar que había huesos chiquititos», continuó relatando.
En ningún momento de su declaración Obregón le pone el nombre de Cecilia a aquellos restos. Casi como un mecanismo de remordimiento, evita llamarla, citarla.
Luego de cargar dos bolsas, él y César se subieron al auto y avanzaron hacia la zona por la que el río Tragadero surca el campo de los Sena. «Bajamos con las bolsitas, cada uno llevaba una bolsa, y bajamos por un camino, que es como un sendero, que está al costado izquierdo al Campo Rossi, que baja hacia al río (…) César desata una y larga todo el contenido de la bolsita, en el límite del agua y la costa, y después con la otra bolsita, lo mismo».
Luego, regresaron a Resistencia.
Fue necesario que Obregón sea conducido por los fiscales hacia ese campo para que marcara el sector del río donde descartaron todo. El martes de la semana pasada, buzos tácticos de la Policía se internaron en esas aguas y encontraron tres pequeños huesos calcinados, además del dije en forma de cruz que siempre llevaba Cecilia y que su familia ya reconoció.
Este martes, un equipo forense integrado por especialistas de Chaco, Corrientes y Córdoba determinó que los restos son humanos y que pertenecen a una misma persona adulta. Ahora, se está intentando obtener una muestra genética de los mismos para cotejar con el ADN de la familia de Cecilia.
En lo más íntimo de ellos, los tres fiscales están convencidos de que esos pequeños huesos que se salvaron de ser calcinados por completos son de Cecilia.
Pero no todo terminó allí. Acaso anoticiados de que la Policía ya comenzaba a rondar en torno a ellos, aquel mismo martes a la noche César volvió a llamar a Obregón, y le ordenó que lo pasara a buscar en ese instante.
Después de las 20, cuando Obregón llegó a la casa de Santa María de Oro 1460, César salió con una valija y una mochila y se subió al auto. Le indicó que fueran hasta barrio Emerenciano, en la zona sur de la ciudad. Sin dudas, el territorio más seguro para el clan Sena.
A poco de ingresar en ese sector, frente a un descampado, el joven le dijo que frenara. «César se bajó y ahí en la banquina bajó la mochila y la valija y ahí nomás prendió fuego con un encendedor, bien al lado del cordón», concluyó su relato Obregón.
Casi 48 horas después, César iba a ser llamado a declarar como testigo por la desaparición de Cecilia. Dijo que la joven se había ido por su cuenta, tras una discusión familiar, y que ignoraba dónde estaba. El viernes, sus padres quedaban detenidos y a él se lo consideraba prófugo. Recién el sábado se entregó. En las próximas horas, se les dictará la prisión preventiva.