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Lana Montalban: «Trump significará el fin de la democracia en los EE.UU.»

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Este lunes 15 de julio, en medio de aplausos y gritos de algarabía, el Partido Republicano eligió oficialmente a Donald J. Trump como candidato a presidente por el partido.

Si bien durante décadas como periodista mantuve una posición neutral con respecto a mis tendencias políticas, mi participación en las redes sociales ayudó a relajar mi postura, y dado que no estoy empleada por ninguna corporación que lo exija, he dado a conocer mi aversión y desprecio por Donald Trump.

Dicho esto, estoy aliviada de que Thomas Matthew Crooks, ese joven de 20 años con buena puntería y un arma letal, no haya logrado asesinar al expresidente. Podría haberse transformado en una guerra civil. Muchos de sus fanáticos seguidores poseen armas, tienen tendencias violentas, pertenecen a grupos considerados como peligrosas milicias armadas, con abierto apoyo a los nazis y supremacistas blancos, y son grandes creyentes en teorías conspirativas de todo tipo.

Esos disparos que lamentablemente mataron a un bombero, un padre de familia quien falleció protegiendo a los suyos, e hirió de gravedad a otras personas, pudo ser la mecha que encendiera un cartucho de dinamita que estaba listo para explotar por los aires.

Desde el inicio de su carrera política, el líder de MAGA no ha hecho más que tirar leña al fuego, creando divisiones de clase, de raza, de nacionalidad, de tendencia sexual y religiosa. Se lo conoce, desde hace décadas, como a alguien que poseía propiedades de alquiler en su nativa Nueva York y tenía la regla oculta de no alquilar a afroamericanos. Incluso fue a juicio por ello.

Es muy conocido su mecanismo de fraude con sus proveedores. Una vez que sus edificios, hoteles o campos de golf están terminados, en vez de pagar la cifra acordada que les debe a esas empresas que trabajaron para él, salía con excusas acusándolos de ‘no hacer bien el trabajo’, mientras su enorme y poderoso equipo de abogados inmediatamente los amenazaba con un juicio. Al no tener recursos para afrontarlo, casi la totalidad de las pequeñas empresas aceptaba los términos del delincuente que llegó a la Casa Blanca habiendo perdido el voto popular, y terminaban cobrando a veces solo el 50% de lo arreglado originalmente.

Cuando habló de la inmigración de mexicanos, dijo «no nos mandan lo mejor; son violadores y delincuentes». Y ni empecemos con sus centenares de despectivos comentarios sobre la mujer en general y algunas en particular. Ni olvidemos cuando llamó a los países de mayoría negra «shit holes» (“agujeros de m…”).

Era demócrata antes de convenientemente pasar al otro bando, defendía el aborto, y era más libertario que nadie. Ahora dice ser el más conservador de todos. Los argentinos conocemos a muchos políticos que, como él, han cambiado varias veces de tendencia y partido, no por principios, sino porque es lo que les conviene.

Le habla de Dios a sus fanáticos evangelistas, pero ante la pregunta, nunca pudo citar ni un sólo versículo de la Biblia. No es raro viniendo de un hombre que ha dicho pública y orgullosamente que nunca leyó un libro (salvo los que pagó para que escribieran poniendo a su nombre como autor). No leyó ningún libro, ni siquiera la Biblia que dice «amar».

Aparentemente a los religiosos que lo siguen no les hace ningún ruido que haya roto con todos los mandamientos: robó; fue infiel a todas sus esposas múltiples veces; fue acusado de violar a más de 20 mujeres incluyendo a una menor; su único Dios es el dinero; su ignorancia y su manejo del Covid provocó más de un millón de muertos; ha dado infinita cantidad de testimonios falsos; y no puede parar de mentir. Saca todo el dinero que puede a sus seguidores con distintas excusas, como su defensa legal, para su campaña, etc., pero esos millones van directamente a su bolsillo personal, pagan por su avión y sus gastos exorbitantes.

Durante su gobierno el mundo entero se burló de Estados Unidos. Sus mejores amigos eran los dictadores Kim Jong Un, Putin, Erdogan, Orban. Todos los líderes del mundo civilizado se rascaban las cabezas, incrédulos, ante su presencia: desde Merkel al papelón que hizo en su visita a la Reina Isabel. Fuimos el hazmerreír del planeta.

Trump quiere eliminar derechos de la mujer, de los LGBTQ, sacar todo tipo de ayudas sociales. Ha hecho todo lo posible para dificultar el acceso al voto de aquellos ciudadanos que no votan por él. Bajó los impuestos a los millonarios y las corporaciones. Quienes lo adoran como a un emperador dicen que ‘no inició ninguna guerra’. Cuando Putin invadió Ucrania no fue una decisión de EEUU. Tampoco lo fue el sangriento ataque de Hamás a Israel que desembocó en la guerra actual.

Así y todo, millones de norteamericanos están deseosos de elegirlo presidente en noviembre. Para quienes vivimos en este gran país y no caímos víctimas del «hechizo Trump» que no permite ver la realidad, lo que estamos viendo es una pesadilla de proporciones bíblicas.

Como buen narcisista maligno, no tiene filtro ni sentimientos que no sean venganza, desprecio y burla. No ha ocultado sus intenciones en caso de resultar elegido. Dijo en voz alta y sin sonrojarse que «quería ser un dictador desde el primer día”. Que “el departamento de Justicia sería un instrumento para vengarse de quienes le hicieron daño». Que de llegar a la presidencia «mandaría presos a sus oponentes políticos». Es demasiado larga de enumerar la lista de bestialidades que anunció y que junto a sus secuaces políticos pondrá en funcionamiento desde el momento cero.

Como un rey, exige completa y total fidelidad. Es el primer presidente en la historia del país en ser convicto de cargos criminales.

Lo que muchas personas que no lo conocen en profundidad creen es que tiene buenas intenciones, que se preocupa por los demás. No es así. Solo piensa en sí mismo. Así ha sido toda su vida: un niño rico y caprichoso, inseguro, quien nunca pudo satisfacer a sus padres. Su propia hermana, la juez federal Maryanne Trump Barry dijo de él: «No tiene principios y no se puede confiar en él. Cambia sus historias continuamente, no tiene ningún tipo de preparación». «¡Las mentiras!, tremendo». «No lee». «Es cruel». «Es un maleducado malcriado». «No se puede confiar en él». «Todo lo que le importa es él mismo. Durante el funeral de nuestro padre fue el único que no habló de papá sino de sí mismo».

No cree en la democracia, por eso admira tanto a los dictadores. Lamentablemente este atentado renovará en la secta que lo sigue con adoración la errada sensación de que este delincuente es el enviado de Dios y que se salvó por intervención divina. El gran experimento norteamericano llegará a su fin si Donald J. Trump vuelve a ser el presidente. No es exageración. Es la triste realidad.

Por el otro lado, el de los demócratas (y por favor entiendan que el nombre «Republicano» no significa que crean en «La República»), tenemos a un hombre que ha logrado una serie de mejoras muy impresionantes (*), que ha dedicado toda su vida a servir, que es un buen hombre y lo ha demostrado en reiteradas ocasiones, pero que está demasiado viejo para un trabajo como la presidencia del país más poderoso del planeta. Mal aconsejado por su familia y su círculo más cercano, no admite cambios.

En un país con más de 341 millones de habitantes tiene que haber alguien capaz de un reemplazo para el anciano Biden. En realidad, si vamos a ser sinceros, ambos candidatos son demasiado mayores y ambos han demostrado en reiteradas ocasiones señales de problemas cognitivos. Trump confundió a Kamala Harris con Nancy Pelosi, equivoca los nombres de países, líderes, inventa palabras y dijo muchísimas incoherencias incontable cantidad de veces.

Pero habiendo establecido que ninguno de los dos candidatos es ideal, estamos hablando de uno que eliminará la democracia versus uno que morirá defendiéndola.

Por eso bromeo que, si esas son las únicas dos opciones en la elección presidencial, si hemos llegado a este momento surrealista de la historia moderna del gran país del norte, votaré a Biden aún si se encontrara en estado de coma. Porque quienes rodean a Biden, en su mayoría, tienen valores y defenderán el estado de derecho y la democracia. En el caso de Trump, puedo afirmar que será todo los contrario. Será el fin de este país tal cual lo conocemos.

(*) Entre muchas otras: reducción de la inflación, ley de ciencia y tecnología, mejoras a veteranos de guerra, primera legislación de seguridad en armas en décadas, muerte al líder de Al Qaeda, crecimiento histórico del empleo, expansión de la alianza de la OTAN, Plan de Rescate de empleos, logró la unión de aliados de EEUU para ofrecer apoyo a Ucrania, la mayor inversión en infraestructura en generaciones, protección de los derechos reproductivos, relajación de las leyes contra la marihuana, políticas en favor del medio ambiente, aumentó exponencialmente el número de gente con seguro médico, etc.

Por: Lana Montalban.

Fuente: Newsweek Argentina. 

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