El emblemático cantautor fue uno de los tantos perseguidos por la dictadura uruguaya y cruzó el Río de la Plata para encontrar refugio en Argentina.
La inmensa figura artística del cantautor Alfredo Zitarrosa, de cuya muerte se cumplen 35 años, fue de la mano de su conocida posición política alineada a la Izquierda en el Uruguay, lo que le valió un exilio de más de ocho años, parte de los cuales pasó en la Argentina.
El «Flaco» fue uno de los tantos perseguidos por la dictadura Juan María Bordaberry y eligió exiliarse en Buenos Aires, tal como habían hecho decenas de uruguayos conocidos y no tanto.
El 9 de febrero 1976 salió de Montevideo y llegó a la Argentina para instalarse por tiempo indeterminado, pero que esperaba que fuera una estadía no muy prolongada: una pequeña habitación de un hotel en Azcuénaga 1500 fue uno de sus primeros lugares para acomodarse.
«Viajo todos los días al Uruguay. Al menos con mi corazón», supo declarar en una entrevista brindada en aquellos tiempos.
Al ser todo un emblema oriental, rápidamente se vio rodeado por la diáspora uruguaya, algunos de renombre, como los escritores Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Enrique Estrázulas; el humorista Juan César Castro, más conocido como Juceca; y el sindicalista Carlos Bouzas.
Imantados por la nacionalidad, los ideales y el exilio, ese grupo se unió y de a poco fueron sumando a otros uruguayos más jóvenes que habían llegado años antes a estas tierras, en parte por la persecución y también en búsqueda de un futuro económico más sólido: algunos de ellos terminaron siendo músicos suyos y hasta partícipes en uno de los más destacados temas de Zitarrosa.
Dos de ellos eran los guitarristas Juan Des Crescenzio y Alfredo Gómez, quienes habían cruzado el Río de la Plata en 1974 tras varios episodios de persecución durante la dictadura de Bordaberry y con las esperanzas de poder ganarse el sustento en Buenos Aires.
«En el 73 participamos con El Sindykato de un festival en solidaridad con Vietnam en el Estadio Centenario y ahí, entre otros, estaba Zitarrosa. Pero nosotros éramos de otro palo. Lo extraño fue que en Buenos Aires se rompió esa separación de géneros musicales», contó Des Crescenzio.
En diálogo con Noticias Argentinas, el uruguayo, radicado desde hace más de tres décadas en la ciudad suiza de Montreaux, recordó que se instaló en Buenos Aires en 1974 y empezó a dar clases de guitarra en un instituto ubicado en Azcuénaga 1564: allí mismo, al fondo, habitó un departamento que poco a poco se convirtió en centro de reuniones para la diáspora oriental: «Estábamos todos muy mal, había mucha confusión, miedo».
Así fue como Juceca le comentó que lo iría a visitar Zitarrosa: «Un día me golpean la puerta de mi departamento. Era un tipo de traje, peinado con gomina. Pensé que era un vendedor de libros, pero era Zitarrosa».
«A los 5 minutos estábamos tocando la guitarra, fumando como murciélagos y tomando mate», indicó Des Crescenzio, quien tuvo al gran cantautor uruguayo de vecino en Buenos Aires y como asiduo visitante a su casa.
La habitación de Zitarrosa en el hotel «parecía un fumadero de opio»: el cigarrillo fue una de las formas que tuvo para calmar la angustia y la ansiedad de estar a un charco de distancia de su querida tierra.
El ex integrante de El Sindykato conserva el «gran recuerdo» de aquella amistad con el cantautor oriental: «Fue muy breve, pero muy intenso». Y Des Crescenzio encontraría de la mano de Zitarrosa tal vez el punto más alto de su carrera musical y de una forma muy curiosa.
Un día, ya con los militares al frente de la Argentina, fueron a dar una vuelta en auto y un giro en contramano terminó en una persecución policial. Los uniformados los arrinconaron, los hicieron bajar y los obligaron a ponerse contra el auto para someterse a una de las clásicas inspecciones de aquellas años de plomo.
«El sargento del grupo reconoció a Zitarrosa, a quien admiraba. En medio de la breve charla, el policía le dijo al Flaco, mirándome a mí: ´Éste señor es un inconsciente´», contó Des Crescenzio, entre risas.
Y continuó: «Alfredo le firmó un papel y nos pudimos ir, pero yo me quería matar. Volvimos a mi casa y para calmarme me puse a tocar la guitarra».
El guitarrista tocó una suerte de folklore ruso, simplemente para bajar la tensión del momento. Al día siguiente, «Zitarrosa cayó con la letra de ´El candombe del olvido´».
En ese emblemático tema, el uruguayo recorrió su vida: «Qué duros tiempos, el ángel ha muerto/ Los barcos dejaron el puerto/ Tiempo de amar, de dudar, de pensar y luchar/ De vivir sin pasado», es el tramo en el que se refirió al exilio.
Pese a eso, Des Crescenzio no se integró al grupo de guitarristas que acompañaba a Zitarrosa en sus recitales: «Creo que no tenía el nivel musical para tocar con Alfredo».
El que sí pudo sumarse al elenco estable fue Alfredo Gómez, quien primero fue convocado para tocar la flauta dulce. «Pero no daba el registro, entonces después toqué la guitarra, le gustó y me quedé», relató a NA el uruguayo instalado en Estados Unidos.
El músico también destacó la importancia que tuvo aquel departamento de Azcuénaga 1564 para la diáspora uruguaya: «Nos estábamos fabricando en una burbuja, que era la casa de Juan, entre mates y cigarrillos La Paz, preocupados por lo que pasaba».
Y agregó: «Era todo muy incierto. Había una nostalgia generalizada en todos, un sentido de pérdida. No era una queja, sino la supervivencia. Nos unía la nostalgia».
Sus días también pasaban en el departamento de la calle Thames, entre Paraguay y Charcas, en el barrio porteño de Palermo y que se lo pintó uno de los guitarristas que tocaba con él.
Antes de viajar a Brasil para una gira, Zitarrosa convocó a Alfredo Gómez para que fuera parte del grupo, pero el guitarrista se había comprometido con los integrantes de una banda en la que tocaba: «Acordamos no tocar con otras personas. Él me llamó para ir, pero le dije que no».
«Después volvió a llamarme, le aclaré que no iba a viajar, pero ahí me dijo que no me llamaba para éso: hubo una especie de despedida que hizo. Estaba amenazado: uno no sabía, pero lo imaginaba», afirmó Gómez, respecto a lo que fue el final de la primera etapa del exilio de Zitarrosa en la Argentina.
El 29 de septiembre de 1976 voló a España, donde sufrió la peor parte del exilio: allí no tuvo espacio para cantar y la distancia fue criminal para él.
La mirada desde adentro
Si se habla del exilio de Zitarrosa, es imposible no tomar como referencia al documental «Ausencia de mí», de la cineasta argentina Melina Terribili, quien tuvo acceso y se sumergió en toda la documentación del Archivo Zitarrosa.
La directora pudo conocer la intimidad del cantautor, ya que el uruguayo dejó gran cantidad de grabaciones caseras en las que punteaba algunas canciones o poemas y también hablaba de su vida diaria y sus sentimientos.
La cineasta indicó que en esa primera etapa del exilio «estaba todo en la incertidumbre, pero todavía tenía cierta entereza».
De vuelta a la Argentina: parada final del exilio
Tras su paso por España, que según Terribili fue «el momento más oscuro» de esos ocho años fuera del Uruguay, Zitarrosa se fue a México, donde «fue valorado como artista». Allí se afincó junto a su familia y realizó gran cantidad de recitales en ese país y los vecinos de Centroamérica.
«En julio de 1983, cuando le empieza a llegar la información del debilitamiento de la dictadura (argentina), la proximidad de las elecciones y el levantamiento de la censura sobre sus canciones, planificó su regreso a la Argentina, a la espera de su vuelta segura al Uruguay», reseñó la directora de cine.
Cuando llegó al Aeropuerto Internacional de Ezeiza uno de los que lo fue a buscar fue Alfredo Gómez, quien dudaba sobre si Zitarrosa lo recordaría.
«Estábamos en el auto yendo hacia el Centro y le digo que yo era Alfredo Gómez, que si se acordaba, a lo que me tiró, a modo de chiste: ´Vos tocabas la flauta, ¿no?´», rememoró el oriental.
Una de las primeras actividades que realizaron juntos fue una visita al local del destacado luthier Francisco Estrada Gómez: «Me regaló una guitarra, que usé en los conciertos que hicimos después de su vuelta. También me dio una guayabera, un par de chalecos y un poncho mexicano».
El regreso a los escenarios argentinos fue en el estadio de Obras Sanitarias: «Fueron inolvidables, por la significancia que tenían. Además, se sentía que la cosa se estaba cayendo. Después, hicimos una gira por todo el país», señaló Gómez, quien todavía conserva los obsequios de Zitarrosa, además de la última carta que le escribió poco antes de su muerte.
Des Crescenzio también había recibido una Estrada Gómez de parte del cantautor en su primera etapa en el exilio: «Yo en el 78 me fui a París y se la vendí a un amigo de Air France, porque no tenía un mango. Después de la muerte de Alfredo lo contacté para comprársela, pero no quiso saber nada».
El 31 de marzo de 1984 Zitarrosa emprendió el regreso triunfal al Uruguay, en donde fue recibido por miles de personas: una multitudinaria caravana lo acompañó a lo largo del trayecto.
Durante casi cinco años, brindó recitales en teatro y estadios, pero también ratificó su compromiso militante y cantó de manera gratuita en espacios sociales, hasta que la muerte lo encontró el 17 de enero de 1989 en Montevideo.