Se cumplen 27 años del asesinato del fotógrafo, el primero de un trabajador de prensa luego de la retirada de la dictadura militar. “Es necesario que nadie olvide jamás lo que te pasó”, dijo alguna vez Candela, hija de Cabezas, una frase que debe tenerse muy presente.
Son las tres de la tarde de una calurosa jornada de verano y en la cava de dos metros de profundidad donde mataron a José Luis Cabezas reina un silencio bucólico, apenas interrumpido por el canto de los pájaros y el ruido de algún motor, el de un tractor lejano o el paso fugaz de una bicicleta por el camino contiguo que veinte kilómetros más adelante termina en una laguna. Unas nubes de mosquitos acechan a los pocos que atraviesan el sendero de tierra. Casi nadie frena en el pequeño memorial: la cava parece un paisaje cotidiano que pasa desapercibido, algo incómodo, separado del resto.
“En este lugar fue asesinado el fotógrafo y reportero gráfico José Luis Cabezas el 25 de enero de 1997″, reza un cartel azul, a la vera del camino rural. El trayecto es sinuoso pero transitable, con pastizales a ambos lados y existe una única curva en ese trecho que separa a la cava de la ruta 11. Y de pronto el sonido de las chicharras, de fondo, bajo un cielo amplio y profundamente azul.
Se cumplen 27 años del crimen de Cabezas. El lugar -se encarga de subrayar el cartel- representa un sitio histórico para el Partido de General Madariaga, “por ser el espacio que atesora la memoria de un crimen ideado y ejecutado por el poder de turno en la década de los ´90″. Cabezas tenía 35 años y trabajaba para la revista Noticias. En 1996, con gran pericia y coraje profesional, había logrado sacar por primera vez una foto del empresario Alfredo Yabrán, por esos momentos fuertemente investigado por hechos de corrupción. La serie fotográfica, sobre todo una de frente donde lo retrató en malla y con el torso desnudo en un balneario, se publicaría en la tapa de la revista Noticias del 3 de marzo de ese año. Meses después, en el verano del ´97, Yabrán estaba con su familia, descansando en las playas de Pinamar, donde había construido una verdadera fortaleza y era su empresario-dueño en las sombras. Poco antes le había dicho a su jefe de seguridad, Gregorio Ríos, que deseaba tener un verano tranquilo, sin periodistas ni fotógrafos molestos. El empresario lo había advertido: capturarlo en una imagen era “como pegarle un tiro en la cabeza”.
En una suerte de santuario, varios rosarios de colores están colgados con cintas: adentro de una caja hay una cruz de madera inclinada, ajada por los años. Alrededor de la gran zanja donde fue asesinado y quemado el cuerpo del fotógrafo, conocida como la famosa cava, se erige una cruz blanca con una imagen incrustada de Cabezas y en lo alto, casi como una ironía del destino, se posa un hornero. También se puede ver un busto marrón sobre un altar de piedra y cemento, con un golpe en uno de sus lados, y una placa de granito cuya imagen fue robada. A ras del suelo, un crucifijo indica el lugar exacto donde se cometió el crimen, con un corazón en el centro y una chapa: “José Luis Cabezas: tu muerte será un hecho que jamás olvidaremos. Asociación Irina Montoya, Chañar Ladeado, Santa Fe”.
“¡José Luis! El tiempo pasa y vos con tu cámara seguís enfocando y guiando nuestro camino. Jamás te olvidaremos. Tu hermana, tu cuñado y tus sobrinos, 25/01/2001″, dice una placa inserta en un pequeño bloque. Otra, en forma de paloma: “¡José Luis! Tu ausencia nos dejó un vacío. Tus padres. Tus hijos. Tu hermana”. Unos metros al costado derecho: “La Municipalidad de Gral. Madariaga. Cava de José Luis Cabezas, sitio histórico. A los 25 años de su asesinato. Dr. Carlos Esteban Santoro-Intendente Municipal. 1997-2022. Ordenanza 2730/21″. Y empotrada en un monolito, un retrato con la icónica frase “No se olviden de Cabezas” y otra placa anexa: “José Luis: No nos olvidaremos nunca de vos. Seguiremos por siempre luchando. Tus padres. Tu hermana. Y tus hijos. 25/01/99″.
Tan sólo caminar unos pasos por el monumento pagano para sentir un repentino cosquilleo que sube por el cuerpo, una ligera sensación gélida que parece enquistada en esa zona aislada de la llanura, olvidada por la civilización. “En el momento de las fotos sentimos una gran satisfacción profesional, porque era la foto que buscaba todo el periodismo. Nunca medimos que pudiera tener la consecuencia que tuvo: el asesinato de José Luis fue el primero de un trabajador de prensa desde el regreso de la democracia”, recordó en una entrevista Gabriel Michi, periodista que trabajaba junto al fotógrafo. Sin saber lo que les deparaba, el verano del ´97 Michi y Cabezas volvieron a Pinamar. “Fuimos con el objetivo de conseguir una entrevista con Yabrán, sin saber que había un plan criminal en marcha”, agregó. Ninguno de los dos había sentido escuchar de ese camino rural y menos aún de esa gigantesca y siniestra cava.
En 1997, entonces, Cabezas realizaba la cobertura periodística de la temporada en Pinamar. El 25 de enero, y luego de un año de amenazas e intimidaciones, fue interceptado en su Ford Fiesta que utilizaban con Michi para cubrir la temporada: lo secuestraron cuando llegaba a su casa después de cubrir la fiesta de cumpleaños del empresario Oscar Andreani. Poco tiempo antes, Michi había decidido irse porque al día siguiente era su cumpleaños y unos amigos iban a visitarlo. Los cinco asesinos, que luego serían conocidos como “La banda de los horneros”, a mando de Yabrán, lo llevaron hacia la ruta 11 y luego desviaron hacia dicho camino rural, a la altura del kilómetro 385 y a 16 kilómetros de Pinamar. Otro grupo iba en un Fiat Uno. El operativo fue supervisado por policías de la Bonaerense.
Asomaban los primeros rayos del sol y a Cabezas lo esposaron, lo hicieron arrodillar y lo remataron de dos disparos. Después rociaron su auto con bidones con combustible y en segundos, dentro de la cava, el fuego se apoderó de la escena. El cadáver fue abandonado bajo las densas humaredas negras que empezaron a llamar la atención de los pescadores que pasaban por la zona.
De noche, sin ninguna luz a la vista salvo por el claro de la luna, el memorial yace en las tinieblas. Nadie podría conjeturar jamás lo que habrá sentido José Luis Cabezas aquella madrugada en ese camino desolado, conducido hacia el cadalso, en ese pasaje de la oscuridad a las primeras luces del alba. Todo el manto de silencio que envuelve la zona campestre del memorial sigue escondiendo el mensaje mafioso más atroz desde el regreso de la democracia, en un hecho que ha sido tan repudiado en el mundo que pocos imaginan que volverá a ocurrir. La justicia, la verdad y la memoria fueron un permanente reclamo en casi tres décadas, algo que este 25 de enero se repetirá con homenajes a José Luis Cabezas en todo el país, con actos en Pinamar, Madariaga y otras ciudades del país para recordar el reportero gráfico.
“No se olviden de Cabezas” fue uno de los principales lemas impulsados por la familia y la prensa. Ahora, a cinco kilómetros de la ruta, en el partido de Madariaga, la calma del memorial es un bálsamo ante los autos que pasan rápidamente hacia Pinamar. Los carteles son elocuentes: una flecha indica “Monumento José L. Cabezas” y, a 23 kilómetros, el Club de Pesca y Náutica General Madariaga, el mismo que el ex gobernador Eduardo Duhalde recorrió en aquella fatídica mañana del 25 de enero de 1997 viendo un auto arder en llamas, con cuatro personas alrededor. “Se me ocurrió algo normal, un coche humeando”, dijo en el arranque del notable documental “El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas” (Netflix).
Así de hecho arranca el primer capítulo: con las imágenes del camino que recorrieron los asesinos de Cabezas. Allí se narra que el camino junto al que fue encontrado el cadáver de Cabezas solía ser muy poco transitado y sólo lo utilizaban los pocos pescadores que, como Duhalde y sus amigos, iban todas las mañanas a esa laguna. Otros pescadores también vieron el vehículo en llamas de la revista Noticias. Convencidos de que se trataba de una maniobra habitual -incendiar un auto para cobrar el seguro-, los veraneantes siguieron su camino. Por la tarde, cuando Duhalde se enteró de que el cadáver correspondía al del reportero gráfico dijo, fuera de sí: “Lo secuestraron a 80 metros de donde estoy viviendo y lo dejaron para que lo vea en el camino que hago todos los días”. Luego consideró que le habían “tirado un muerto” en plena pelea por la sucesión con el presidente Carlos Menem.
Por el crimen hubo nueve condenados. Hoy todos están en libertad: Gustavo Prellezo, el ex policía que disparó a Cabezas, fue recientemente habilitado para ejercer como abogado después que el Colegio de Abogados lo excluyera de la matrícula. Y José Luis Auge, otro de los horneros que había sido condenado a perpetua, se mostró en un spot de campaña de Fernando Burlando, algo que al abogado le costó carísimo en su candidatura. “El homicidio de Cabezas representó un ataque atroz al periodismo y a la libertad de expresión. Su muerte dejó en evidencia la impunidad del poder de turno y marcó un antes y un después en la historia de la prensa argentina”, concluye uno de los carteles del memorial a pocos kilómetros de Pinamar, aquella ciudad maldita, la única del país en la que mataron a un periodista en democracia, y la que enterró para siempre los sueños de su dueño criminal, incapaz de mantenerse en las sombras que había creado para sí mismo.
En la cava de General Madariaga, allí donde hace casi treinta años hubo cenizas desparramadas en el agujero negro del espanto, una cámara de fotos sigue viva en el altar. Ese click que los fotógrafos argentinos agitan cada aniversario al grito de “Cabezas, presente”. Así lo prefiere recordar su última hija Candela, que se fue a vivir a España con su madre y estudia fotografía, en una emotiva carta publicada hace unos años en La Garganta Poderosa donde escribió que cada 25 de enero, “es necesario que nadie olvide jamás lo que te pasó”. Aquella única vez en la que un fotógrafo fue asesinado por sacar una foto. Algo que jamás se volvió a repetir en Argentina.