En abril de 2013, una llamada anónima alertó a los carabineros chilenos sobre un crimen. Así salieron a la luz las perversas prácticas del “grupo de autoconocimiento” liderado por un ex músico que se hacía llamar “Antares de la Luz”: abusos sexuales, brutales castigos corporales y ceremonias rituales con alucinógenos bajo la promesa de salvar a la humanidad de un fin del mundo que no llegó.
La secta, de muy pocos miembros, no se diferenciaba en mucho de otras cortadas con la misma tijera: era conducida por un líder considerado espiritualmente superior, tenía una disciplina rígida e incuestionable, mezclaba la búsqueda de un supuesto ser interior con las enseñanzas del chamán yaqui Don Juan pregonadas por el mexicano Carlos Castaneda, sus integrantes utilizaban ayahuasca como alucinógeno para obtener revelaciones y, claro, meditaban para elevarse.
Los seguidores de la “Secta de Caliguay” – como se la conoció – también conocían la fecha precisa del fin del mundo, fijado para el 21 de diciembre de 2012, y su maestro, un hombre imponente que se hacía llamar “Antares de la Luz”, aseguraba que no era una más de las reencarnaciones de Cristo en la Tierra, sino que era Dios en persona que había bajado al mundo para librar la batalla final contra “el Oscuro”.
Eso es lo que cuenta, con rigor investigativo y a través de reveladores testimonios de algunos de los miembros de la “Secta de Caliguay”, el documental “Antares de la Luz: la secta del fin del mundo”, estrenado hace pocos días en la plataforma Netflix.
La película -dirigida por Santiago Correa y realizada por la productora chilena Fábula – contiene detalles inéditos sobre cómo operaba la secta y reconstruye el tortuoso camino que recorrieron sus integrantes hasta quemar viva a Jesús, la bebé de apenas dos días de vida, hija de Antares de la Luz y Natalia Guerra, una de sus discípulas más cercanas.
Una estrella en el firmamento
El hombre que todo Chile conocería como “Antares de la Luz” se llamaba en realidad Ramón Castillo Gaete y nació en Santiago el 20 de diciembre de 1977. Su padre, Ramón Arquímides, era dueño de una tienda de artículos electrónicos y su madre, María de la Luz, trabajaba como secretaria en una empresa.
Cuando se descubrió el crimen y se reconstruyó su vida, familiares y amigos de la infancia lo describieron como “un niño feliz”, orgulloso de ser miembro de los boy scouts y amante de los campamentos que le permitían estar en contacto con la naturaleza. Uno de sus compañeros en los scouts que quiso mantener en reserva su nombre, aseguró que desde chico Ramón mostró cierta vocación por el liderazgo entre sus pares. “Era un cabro pelusón (provocador), agrandado. Fumaba a los 13 años. A esa edad nos íbamos en micro desde mi casa, en Las Condes, a Independencia, para ver los partidos de Universidad de Chole en Santa Laura. Él no era de ese equipo, pero con el tiempo se fue convirtiendo. Igual era raro, en ese tiempo, al menos, que dos cabros anduvieran solos en el estadio”, contó.
Luego de una infancia y una adolescencia sin problemas visibles, tuvo que comenzar a trabajar para pagar sus estudios universitarios. Cantaba en los transportes públicos para juntar el dinero de la cuota y los materiales necesarios para cursar el Bachillerato en Música de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Según sus compañeros y docentes por entonces no mostraba ninguna inclinación por temas espirituales ni esotéricos; en cambio, todos coincidieron en que tenía un gran talento para los instrumentos de viento, sobre todo el clarinete.
Pronto formó una banda folklórica, “Amaru”, que tuvo cierta relevancia en el ambiente musical de Chile y con la que emprendió en 2006 una gira por China y Macao. Volvió transformado de ese viaje y se adentró en lecturas relacionadas con la medicina oriental, los ovnis y los “seres de luz”, como los llamaba, un interés que fue en aumento y que lo llevó a viajar por América Latina en busca de “lugares con energía” y maestros del mundo espiritual.
“Cuando volvió de China estaba más retraído… luego de eso, empezó a hacer viajes solo, a distintos lugares de América Latina. Se fue a Ecuador, y se supone que fue allí donde él tuvo su primera revelación. Cuando volvió de esos viajes, volvió distinto”, señaló en una entrevista con la BBC la periodista de investigación Verónica Foxley, autora del libro “Cinco gotas de sangre: la historia íntima de Antares de la Luz y la secta de Colliguay”.
En 2008 estaba de regreso en Chile, donde se sumó a un “grupo de autoconocimiento” que muy rápidamente comenzó a liderar. Fue entonces cuando decidió dejar su nombre atrás y llamarse “Antares de la Luz”, por Antares, una estrella roja ubicada al medio de la constelación de Escorpión.
Nace una secta
Al año siguiente formó su primer “grupo de autosanación”, al que se integraron Natalia Guerra, Pablo Undurraga y otros seguidores que pronto lo aceptaron como líder espiritual y continuaron a su lado hasta el día del crimen ritual. El núcleo duro de la secta quedó conformado por Guerra, Undurraga, María Alvarez, Karla Franchy, David Pasté y Carolina Vargas.
La investigación de Verónica Foxley revela que todos los que se sumaron al grupo eran personas con un pasado difícil y psíquicamente frágiles. “La mayoría de los integrantes de la secta tenían fracturas emocionales importantes, eran personas altamente sensibles, habían tenido infancias complicadas, algunos habían tenido problemas psicológicos, como alteraciones del ánimo, y problemas de autoestima”, explicó en la misma entrevista y lo reafirmó luego en el documental de Santiago Correa.
Ramón Castillo, devenido en Antares de la Luz, impuso una disciplina de hierro a sus seguidores, todos ellos provenientes de familias de buen pasar económico. Financiaban sus emprendimientos y debían despojarse de sus bienes en su beneficio. A Pablo Undurraga, por ejemplo, le dijo en un momento determinado que se iría a vivir a su casa en Santiago de Chile, y cuando el discípulo puso reparos porque allí vivía con su mujer y su pequeño hijo, le respondió: “No te estoy pidiendo un favor, te estoy dando una orden que debés obedecer”.
En pocos meses, Ramón Castillo Gaete y sus seguidores se fueron a vivir juntos. Primero en Santiago y luego en distintas zonas del centro de Chile, como Zapallar, Quintero, Olmué y el Valle del Elqui, hasta terminar en Colliguay, en la región de Valparaíso.
Se dedicaban a hacer seminarios y talleres de meditación con el fin de “descubrir al ser interno” en los que Castillo Gaete se presentaba vestido de blanco y ordenaba que nadie, ni sus colaboradores ni los participantes de los talleres, lo tocara ni lo mirara a los ojos. Las sesiones con ingesta de ayahuasca podían prolongarse durante días.
Los discípulos lo obedecían en todo, sin ningún cuestionamiento por más caprichosas que fueran sus órdenes. Las mujeres eran obligadas a mantener relaciones con él y cuando se despertaba con “una carga negativa” elegía a alguna de ellas para que le hiciera sexo oral para descargarse de esa mala energía.
Castillo no castigaba la desobediencia, porque no la había, pero si detectaba que algún miembro tenía “malas vibras” lo castigaba con hasta 45 golpes propinados con una varilla en la espalda para sacarle las impurezas que llevaba en su interior.
Todo ese sacrificio, decía Antares de la Luz, tendría su premio, porque serían ellos quienes salvarían al mundo el 21 de diciembre de 2012, cuando se produjera el Apocalipsis.
Pero a principios de ese año, Natalia Guerra quedó embarazada de Castillo y esa gestación desencadenó el proceso que desembocaría en un filicidio ritual.
La llegada del “Anticristo”
Una de las “verdades” que Antares de la Luz transmitía a sus discípulos era que él, Dios en la Tierra, no debía tener hijos porque esa criatura corría el riesgo de ser utilizada por el “Oscuro” o el “Anticristo” para encarnarse en ella. Por eso, la noticia del embarazo de Natalia Guerra trastocó las creencias de la secta.
Después de unos días de meditación solitaria, el líder reunió a los adeptos para darles a conocer una “verdad” más acomodada a los hechos: que si su hijo con Natalia nacía el 21 de diciembre no podría ser utilizado por su enemigo espiritual para darle batalla. Tal vez él mismo lo creía, pero las cuentas no daban: la fecha probable de parto era a fines de noviembre, solo un milagro prolongaría por diez meses el embarazo.
Además decidió que Natalia quedara aislada del resto de la comunidad y la confinó en una casa solitaria en Los Andes, sin poder siquiera comunicarse con su familia. Solo cuando el embarazo estuvo muy avanzado, a fines de noviembre, Castillo y Undurraga fueron a buscar a Natalia y se trasladaron con todos los miembros de la secta a una suerte de tapera, muy aislada, en un campo llamado “Los Culenes”.
El 21 de noviembre – un mes antes de fin del mundo y de la fecha fijada por Antares de la Luz para el nacimiento de su hijo, Natalia comenzó con el trabajo de parto, y el proceso, en pésimas condiciones sanitarias y nadie capacitado para asistirlo, se complicó, porque luego de un debate la llevaron y la dejaron en el hospital más cercano, donde dio a luz a una niña, a la que llamó Jesús.
Pero para Antares de la Luz, al no nacer en la fecha indicada, Jesús pasó a ser “El Anticristo”, un ser oscuro al que era imprescindible eliminar.
El filicidio ritual
Dos días después del nacimiento de Jesús, Antares le ordenó a Undurraga que fuera a buscar a Natalia y a la recién nacida al hospital y las trajera a la tapera de “Los culenes”. Para entonces, el líder había ordenado al resto de los integrantes de la secta que cavaran un pozo y armaran una suerte de iglú con ramas, donde sacrificarían la vida del “Anticristo”.
El almanaque marcaba el 23 de noviembre cuando Castillo/Antares realizó el ritual. Le taparon la boca a la bebé con un trapo y la ataron de pies y manos. Entonces, el líder, en soledad, llevó a la víctima en brazos hasta el pozo, donde habían instalado una tabla sobre la cual la depositó.
Después de encender el fuego con sus propias manos, Castillo volvió al lugar donde estaban los miembros de la secta y le ordenó a Undurraga que recogiera leña para alimentar la hoguera. “Obedientemente me dirigí a la pira y comencé a llenar de palos la hoguera. En ningún momento miré si es que estaba el bebé, pero sabía que estaba muerto”, relató el hombre en la indagatoria judicial.
De acuerdo con los testimonios, no todos los seguidores de Antares participaron del asesinato. “No todos los integrantes de la secta estaban ahí en ese momento. Algunos dicen haber sentido gritos, otros el llanto del bebé. Pero muchos no vieron lo que estaba pasando”, relató el periodista Verónica Foxley durante su entrevista con la BBC.
El brutal crimen no provocó ni una reacción entre los adeptos sino por el contrario, los fortaleció. Eliminado el “Anticristo” podía esperar el fin del mundo sin enemigos que los acecharan.
El apocalipsis que no llegó
Pero la cohesión de la secta alrededor de su líder se derrumbó el 21 de diciembre de 2012, cuando el fin del mundo anunciado por Antares de la Luz no llegó. “Ese día estaban todos expectantes y nerviosos, completamente convencidos de lo que iba a ocurrir. Pero cuando pasaron las horas y no pasó nada, Antares dijo: ‘no estoy viendo nada, vamos a tener que prepararnos porque ahora el fin del mundo va a ser en Ecuador y en marzo’”, pudo reconstruir la periodista Verónica Foxley en su investigación.
Esta vez, la explicación de Antares no resultó convincente y esa misma noche Undurraga y Carolina Vargas, su pareja, escaparon de Caliguay. Con el correr de los días, otros integrantes de la secta hicieron lo mismo. Entonces Castillo/Antares tomó la decisión de escapar a Perú.
Temía que alguien denunciara el crimen y no se equivocó. En abril – después de que el fin del mundo tampoco llegara en su nueva fecha – alguien, presumiblemente Undurraga, llamó a la policía y denunció el crimen. Los peritos forenses encontraron los huesos calcinados de la recién nacida en el pozo de la finca “Los Culenes”
Con el correr de los días, Pablo Undurraga, María Álvarez, Karla Franchy, David Pasté y Carolina Vargas se entregaron a la justicia. En cambio, Natalia Guerra, que había viajado a Perú para encontrarse con Castillo, volvió a Chile, donde permaneció prófuga hasta 2019, cuando fue capturada.
Antares de la Luz fue encontrado ahorcado pendiendo de una viga, en una casa desocupada de Cusco, Perú, el 1° de mayo de 2013.
De los miembros de la “Secta de Caliguay”, solo Undurraga y Guerra, condenados a 5 años de cárcel, pasaron un tiempo detrás de las rejas. El resto de los seguidores de Antares de la Luz recibió penas de tres años en suspenso, que pudieron cumplir en libertad.