El rosarino reunió a una multitud en el escenario Sur, por donde apareció al comienzo del atardecer. Un repaso infalible, con mucha emoción y poca novedad.
Mientras el atardecer dominguero comenzó a insinuarse en la jornada de clausura de Cosquín Rock, la gran mayoría del público peregrinó al escenario Sur del festival.
La razón de ese desplazamiento popular fue clara: Fito Páez.
Mientras el atardecer dominguero comenzó a insinuarse en la jornada de clausura de Cosquín Rock, la gran mayoría del público peregrinó al escenario Sur del festival.
La razón de ese desplazamiento popular fue clara: Fito Páez.
Cuando el rosarino salió a escena con un conjunto deportivo amarillo bien flúo, pocos minutos antes de las siete de la tarde, el marco era impactante. Sin dudas, el suyo fue el show más convocante en ese escenario hasta ese momento. “Está todo el Cosquín acá”, graficó una treinteañera entre un público de todas las generaciones, que coreó e hizo palmas como nunca y como siempre.
El arranque se produjo con algunos problemas de sonido y se enfocó en un bloque que prolongó la celebración de los 30 años de El amor después del amor, que Páez ya mostró en Córdoba en diciembre.
La postal de los brazos arriba en 11 y 6 y la evocación infaltable a Luis Alberto Spinetta en Pétalo de sal, fueron dos perlitas de la primera parte del multitudinario concierto.
PAÉZ, BUENA ONDA A PESAR DE ALGUNOS PROBLEMAS
“Ojo el acople, ojo el acople”, repitió Páez con cierto fastidio pero con templanza, en la continuidad de algunos desperfectos. Hay que decirlo: en otra época, los problemas de sonido podrían haberlo ofuscado mucho más y “malondear” un show que finalmente tanto la gente como el cantante disfrutaron mucho.
“No queremos interrumpir la música hermosa de nadie”, tiró en esa misma sintonía en algún pasaje donde se colaba algún sonido de otros escenarios. En cuanto al setlist, El amor… sonó casi completo, con algunos nuevos arreglos (sobre todo en las voces y el agregado de los vientos) y la efectividad de siempre, intercalado por otros temas de épocas remotas de Páez. De sus nuevas composiciones, por las que incluso ganó dos recientes premios Grammy, ni noticias. Una lástima privar al público de la novedad.
“Esta es una canción que está instalada en la cultura del rock argentino, que ahora puede ser que esté mutando al rap y al trap. Está todo bien”, dijo antes de Polaroid de locura ordinaria, una de las más coreadas. “Fue escrita en 1988 tratando de retratar escenas de la realidad que sucedía en aquellos tiempos”, agregó luego, tal vez queriendo justificar algunas frases fuertes de esa letra que, probablemente, hoy no escribiría.
“¡A ver qué pasa con todos celulares prendidos con la luz del día! Puede ser muy lindo. Y a cantar todos, todas y todes. En la platea también, no se hagan los ricachones”, chicaneó antes de dar paso al megahit Brillante sobre el Mic, que musicalizó tantos videos de viajes, amigos y casorios.
Otro momento muy festejado fue cuando Páez generó un duelo vocal con el público en Circo Beat con el ocaso de fondo. Las sensaciones obtenidas ahí se exacerbaron cuando clavó el rapeo de la recordada Tercer Mundo. Sí, Fito con canas pero en modo rapper, como para no desentonar con el perfil urbano de Cosquín Rock.
En la recta final se calzó la eléctrica para una extendida Ciudad de pobres corazones y el agite de A rodar mi vida pidiendo que “revoleen los trapos” mientras el sol se terminaba de ocultar detrás de las sierras. Una postal para el recuerdo.